"Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mi" (Gal. 2, 19-20)

viernes, 4 de octubre de 2013

EL PECADO




A veces no somos conscientes de que hay unos ojos que no nos quitan ojo y un corazón que conoce nuestro corazón hasta lo más íntimo y recóndito. Podemos engañar al hombre, pero nunca podremos engañar a Dios. A la confesión y a la oración no podemos ir con mentiras, porque el Señor ve en lo escondido.

Si supiéramos lo que significa realmente el pecado nos horrorizaríamos. Si lográramos comprender lo que supone pecar, jamás nos lo permitiríamos. El pecado es un acto, omisión, pensamiento o palabra, que nos desvía del plan de Dios, que impide o dificulta que el Señor lleve a cabo su plan en nosotros. El pecado grave nos desvía gravemente, pero el pecado venial es también ofensa a Dios, desconfianza en El y deseo de superponer nuestros propios objetivos a los del Señor. También nos va apartando, aunque sea poco a poco.

Todo el mundo es consciente de lo terrible que resulta el pecado mortal. Lo malo, lo peligroso del pecado venial es que va envenenando al alma poco a poco, gota a gota, si no se tiene costumbre de acudir cada cierto tiempo al sacramento de la reconciliación o no se le da la importancia suficiente porque al fin y al cabo, solo es un pecado venial. Va envenenando el alma inconscientemente, va cambiando nuestra mentalidad y minando nuestra moralidad hasta que a nuestro modo de ver, lo venial ya no es pecado y lo mortal no es tan grave. Nos va inclinando cada vez más al pecado, a la ofensa a Dios.

Por eso hay que acudir a la reconciliación, no solo regularmente sino con alma de niños. Con humildad y sinceridad, poniéndonos en manos del Señor y reconociendo nuestros pecados sin tapujos y sin falso orgullo. Sabedores de que el Señor, que ve en lo escondido, ve también la sinceridad de nuestro arrepentimiento. Y si nuestro arrepentimiento y nuestra intención de rectificar son sinceros, Dios nos tenderá la mano.

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