"Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mi" (Gal. 2, 19-20)

jueves, 24 de octubre de 2013

EL SAGRARIO II


"Desde el Sagrario de esa iglesia, Cristo —perfecto Dios, perfecto Hombre—, que ha muerto por ti en la Cruz, y que te da todos los bienes que necesitas..., se te acerca. Y tú, pasas sin fijarte." (San Josemaría, Surco, 687)



A veces es como si oyera latir un corazón tras la puerta del Sagrario que me dijera: "Acércate a mí y conóceme, porque Yo te estoy esperando para entregarte mi Amor. Y mira; esta Amor, que es más grande que el mayor de los amores que hayas podido conocer, está reservado para ti. Y si no te lo puedo entregar, si tú no lo quieres recibir, quedará herido, pero ningún otro amor lo sanará. Puedo amarte a ti y a todos tus hermanos, pero cada uno de vosotros sois únicos para mí. Porque yo os creé y conozco hasta el número de vuestros cabellos... de tus cabellos. Te conozco tanto que te siento como mío, y por esto te he hecho hijo adoptivo. Y, ¿cómo no iba a amarte conociéndote así? Por eso me duele tanto que tú no quieras conocerme ni, por tanto, amarme. ¿No comprendes que sólo puedes ser feliz conmigo? ¿No entiendes que sólo quiero que tú seas feliz?

Pero tú te dejas engañar por el enemigo, que te promete una felicidad que nunca será tal. Y a mí me duele más el mal que a ti te haces que el desprecio que me haces a mí.

Pero si tú me buscas en el Sagrario encontrarás la paz perdida, renovarás los lazos de amistad conmigo y, poco a poco, yo te iré instruyendo para que sepas reconocer las trampas del enemigo quien (no te engañes), no te ama ni de él conseguirás cosa buena, pues a mí me odia, pero a ti te desprecia.

Búscame en el Sagrario y aviva tu confianza en mí y tus ganas de encontrarte conmigo. Yo te estaré esperando allí cada día para escucharte hablarme de tus inquietudes y de tus afectos... de todo aquello que te importa y que a mí también me importa mucho porque te amo.

Te amo tanto que seguiré esperándote aquí hasta el día que te canses de ser decepcionado por ideales falsos y vengas a buscarme."

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL SAGRARIO I



La cruz de Jesucristo está manchada. Por nuestra indiferncia, por nuestro egoísmo, por nuestros pecados, incluso por nuestra burla. La hemos manchado y muchas veces no queremos limpiarla porque nos resulta incómodo. Y miestras El nos mira con ternura y nos llama suavemente suplicando que le hagamso caso. ¡Todo un Dios nos busca y nos ruega! Pero nosotros tenemos el corazón de piedra y seguimos adelante... ignorándole...

A veces me imagino a Dios llorando por nosotros, porque nos quiere tener cerca y nos alejamos, porque nos dice que nos extraña y le volvemos la espalda. Y El, que es Dios y que podría imponernos que le adoremos, nos ama tanto que nos hace libres y simplemente nos llama, derramando lágrimas de soledad en su Sagrario. Porque el Sagrario está solo demasiado tiempo para todo el amor con que corresponde nuestro olvido.

El Sagrario está solo. Dios está en él derramando lágrimas de amor y de nostalgia por ti y por mi, con su corazón herido por nuestras ofensas. Yo quiero acompañarle cada día. ¿Vienes tú también?

lunes, 21 de octubre de 2013

EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN



Me toca hoy hablar de uno de los sacramentos más bellos y en los que la misericordia infinita y el amor que Dios nos tiene se manifiesta de una manera más patente y más bella; el sacramento de la reconciliación. Y es que los cristianos no tenemos un Dios justiciero, implacable en su castigo ante nuestras ofensas; tenemos un Dios que nos ama tiernamente, y que nos ama tanto que a pesar de ser Dios y nosotros unas simples creaturas, está dispuesto a perdonar cualquier ofensa por grave que sea, con tal de que nos arrepintamos de corazón y se lo pidamos ante el sacerdote, que es representante suyo en la tierra. Y es que así lo dijo Jesucristo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

Porque quien ofende a una amigo al que ama o a un familiar muy querido, ¿no va a pedirle disculpas aceptando para ser perdonados las condiciones que el ofendido imponga? Pues depende de cuánto le amemos. Resulta además que cuando pedimos disculpas a alguno de nuestros semejantes no tenemos seguro el hecho de ir a ser perdonados, en cambio Dios siempre perdona, con la condición de hacer examen de conciencia, tener dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. ¿Por qué, entonces, si Jesucristo mismo nos muestra que Dios está dispuesto a perdonarnos instituyendo con palabras tan claras el sacramento de la reconciliación, nos cuesta tanto acercarnos a un confesionario? La respuesta es triste: por falta de amor a Dios y exceso de amor a nosotros mismos.

Me da pena pensar en los que se pierden aquellos que no se acercan con frecuencia a un confesionario. Y conste que durante muchos años yo fui una de esas personas. La alegría de saberse perdonado, limpio de toda mancha y curado de toda herida, me resulta difícilmente descriptible. Solo puedo decir que para mí es como respirar aire limpio en una mañana nueva.

sábado, 12 de octubre de 2013

HOY BUSCO EN TI CONSUELO



Hoy busco en Ti consuelo. Hoy vengo a Ti, Señor, con el corazón triste. Como siempre que no me dejo guiar por Ti, como siempre que pretendo ser el centro y me equivoco. Cuando pretendo sacar algún bien de aquello que tú me has encomendado. Me desvío de tu camino y abandono tu voluntad para caer en la tristeza cuando las cosas no suceden conforme a lo que yo (que no Tu) deseo. Y entonces vengo a tu Sagrario a  buscar consuelo. ¡Qué infinita misericordia encuentro aquí!

Tú, Señor, lleno de Amor Divino y de paciencia, me esperas en el Sagrario, donde siempre encuentro paz. Aunque venga cargada con mis culpas, aunque el peso de mis equivocaciones sea tan grande, Tú me tiendes la mano y me guías como a un niño pequeño en la oscuridad. ¡Siempre encuentro la paz en el Sagrario!

¡Qué infinito es tu amor, Señor, cuando tiendes la mano para rescatarme de mis propias miserias! Cuando te he ignorado, cuando he querido seguir mi propio camino y no el tuyo, cuando te he ofendido vengo a Ti llena de culpas y Tú descargas mi pecho de tanta angustia. ¡Qué diferente eres de mí! Yo, queriendo ser el centro, Tú olvidándote de ti mismo para acogerme, yo ofendiéndote por nada, Tú perdonándome todas mis ofensas.

Acógeme de nuevo en tu pecho amoroso. ¡Qué sería de mí sin tu consuelo!

viernes, 4 de octubre de 2013

EL PECADO




A veces no somos conscientes de que hay unos ojos que no nos quitan ojo y un corazón que conoce nuestro corazón hasta lo más íntimo y recóndito. Podemos engañar al hombre, pero nunca podremos engañar a Dios. A la confesión y a la oración no podemos ir con mentiras, porque el Señor ve en lo escondido.

Si supiéramos lo que significa realmente el pecado nos horrorizaríamos. Si lográramos comprender lo que supone pecar, jamás nos lo permitiríamos. El pecado es un acto, omisión, pensamiento o palabra, que nos desvía del plan de Dios, que impide o dificulta que el Señor lleve a cabo su plan en nosotros. El pecado grave nos desvía gravemente, pero el pecado venial es también ofensa a Dios, desconfianza en El y deseo de superponer nuestros propios objetivos a los del Señor. También nos va apartando, aunque sea poco a poco.

Todo el mundo es consciente de lo terrible que resulta el pecado mortal. Lo malo, lo peligroso del pecado venial es que va envenenando al alma poco a poco, gota a gota, si no se tiene costumbre de acudir cada cierto tiempo al sacramento de la reconciliación o no se le da la importancia suficiente porque al fin y al cabo, solo es un pecado venial. Va envenenando el alma inconscientemente, va cambiando nuestra mentalidad y minando nuestra moralidad hasta que a nuestro modo de ver, lo venial ya no es pecado y lo mortal no es tan grave. Nos va inclinando cada vez más al pecado, a la ofensa a Dios.

Por eso hay que acudir a la reconciliación, no solo regularmente sino con alma de niños. Con humildad y sinceridad, poniéndonos en manos del Señor y reconociendo nuestros pecados sin tapujos y sin falso orgullo. Sabedores de que el Señor, que ve en lo escondido, ve también la sinceridad de nuestro arrepentimiento. Y si nuestro arrepentimiento y nuestra intención de rectificar son sinceros, Dios nos tenderá la mano.