Ya sé que a veces te digo que estoy cansada, que me dejes tranquila, que no quiero seguir. Y Tú me miras con ternura, avanzas unos metros y me esperas un poco más adelante. Y siempre me sigues llamando...
A veces hago como que no te oigo, a veces realmente no te oigo aunque Tú me hables porque me he puesto dos tapones en los oídos. Sin embargo Tú sigues ahí.
Otras veces, además, finjo no verte. O realmente no te veo porque me he puesto una venda en los ojos. Entonces es cuando Tú me tocas. Y así, ciega y sorda, y si me apuras muda, Tú me tomas de la mano y haces de lazarillo. Con toda la paciencia del mundo vas guiando mis pasos. Y no importa si solo recorremos así unos metros o si los metros se convierten en kilómetros; Tú siempre sigues a mi lado.
Hasta que tu insistencia logra tocar mi corazón y me quito la venda para poder mirarte a los ojos. Y entonces, cuando veo que tus labios se mueven y me estás hablando, quito los tapones de mis oídos para poder escucharte bien.
Ahora te oigo, te veo y te toco, pero el camino es largo y yo soy de barro. Por lo tanto, Señor, quédate conmigo cuando me sienta cansada.
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