Hace poco tiempo hacía una pequeña reflexión sobre cómo decir que sí a Dios cada día. Para entendernos; después de ese primer momento en el que Dios nos llama amorosamente y nosotros le abrimos la puerta, y estamos dispuestos a poner nuestra vida en sus manos, llega el día a día. Llega el momento de demostrar que ese primer ofrecimiento que le hicimos al Señor fue sincero. Porque a... partir de ahí, El va poniendo cosas en nuestra vida cotidiana; cosas a las que somos muy libres de decirle que sí o de decirle que no. A veces son grandes cosas, pero otras muchas veces son pequeñas y aparentemente insignificantes. Por eso pensaba que cada noche, a la par del examen de conciencia del día, era importante hacer el examen de conciencia de nuestros síes y nuestros noes cotidianos a Dios. Y ahí es donde a veces empezamos a excusarnos... “Claro que no lo hice, Señor, pero fue por...” Toda una serie de justificaciones que, posiblemente, le parecerían de lo más racional muchas veces al hombre más sensato. Lo que me llevó a pensar en el sí de María.
María, una muchacha de unos 15 años a la que se le presenta el ángel del Señor y le anuncia “Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo...” Y su respuesta no se hace esperar: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. María no tuvo en consideración las consecuencias sociales de su sí a Dios, las dudas en José, la posibilidad de que José la repudiara. Posiblemente a nosotros nos habría parecido una locura, de encontrarnos en la misma situación, y habríamos considerado todos los pros y los contras antes de dar un no a Dios. Y nos parecería lo más sensato. Pero ella solo pensó en fiarse de Dios contra todas las posibles adversidades, poner su confianza exclusivamente en El. El suyo es un sí limpio y sin ninguna reserva, desde una completa y total libertad, la libertad de saberse elegida por Dios para la realización de Su Voluntad y de poner todo su corazón exclusivamente en el Señor sin ninguna consideración adicional. Es un sí dado de la mano de la Fe. Se puso en manos de Dios y El lo resolvió todo, empezando por las reservas de José, su esposo. Es un sí, un momento, una fracción de segundo, que abrió las puertas para la realización de la obra salvífica de Dios.
Por eso tenemos que creer que Dios es fiel, y que nunca nos va a abandonar. Y en todas aquellas ocasiones en que El nos pide algo, la actitud más consecuente por nuestra parte es decir sí y ponernos en sus manos. Sin reservas.
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