El domingo volví del Paraíso. Pasé el fin de semana
con el Espíritu Santo. Así de claro. Con el Espíritu Santo y con 24 personas
que iban a encontrarse con él a través de las manos torpes de los trece que
formábamos el equipo… de un nuevo cursillo de cristiandad… ¡DE COLORES! Y como
siempre, el Señor ha hecho el milagro.
El Espíritu Santo ha pasado por sus vidas y ha
abierto sus corazones a Su amor y sus oídos a Su voz, devolviéndoles la
inocencia de los niños en sus miradas para que de ellos pueda ser el Reino de
los cielos. Y esa alegría que uno solo es capaz de experimentar cuando se sabe
hijo de Dios. Y de un Dios misericordioso, Padre bueno del hijo pródigo que
somos cada uno de nosotros cuando nos sabemos reconciliados con Cristo. Padre
que sale a nuestro encuentro a pesar de nuestros pecados y nos acoge en la casa
con los brazos abiertos.